lunes, 29 de agosto de 2016

Donde Hermes sentó sus reales



A la carrera. Podría significar tantos oficios. Que si mensajero de dioses, que si viajero, que si ladrón, que si amante furtivo...Cada cual puede aprehender a Hermes/Mercurio como le venga en gana para sentirse protegido en sus afanes. Que aparezca como evocación principal del Pasaje Gutiérrez hace pensar que sea una alegoría industriosa, comercial, propia del intercambio y el progreso de la época. Destino original, al fin y al cabo, del Pasaje construido en 1886. 

El Pasaje Gutiérrez es uno de los espacios más representativos de la ciudad burguesa vallisoletana de finales del siglo XIX y lo sigue siendo todavía. Si bien no hablamos de un polo comercial que atraiga a las masas, obviamente, ni lo fue nunca, sí es una galería espectacular en cuanto a diseño, modernidad, episodio histórico y efecto nostálgico. Aquella moda del último tercio decimonónico que prendió en las grandes ciudades europeas (Milán, París, Bruselas, Leipzig...) llegó a tocar la sensibilidad de un promotor local de la construcción apellidado Gutiérrez. Que pudo hacer lo que vemos hoy día, a escala menor de otras galerías más mundanas, pero sabiendo estar en la onda, aunque nuestra ciudad no diera comercialmente mucho de sí en aquellos tiempos.

¿He dicho antes nostalgia? ¿Cómo nos acordarnos de aquellas partidas de futbolín y billar a las que nos entregábamos a la salida de clase o bien haciendo novillos? Estaba donde se sitúa ahora el Bar Pigiama, aunque si no me traiciona la memoria su superficie era mayor entonces. 

El Pasaje Gutiérrez, en el corazón de la ciudad, entre las calles Fray Luis de León y Castelar, ofrece y reivindica no solo un lugar de paso apacible sino sobre todo un ámbito de calma, de aislamiento del mundanal ruido, siquiera fugaz. En él la imaginación del paseante puede trasladarle a otro tiempo, sin perderse los múltiples detalles decorativos que lo hacen acogedor. Acaso Hermes lo haya protegido con su insólita presencia. 



No solamente está representado Hermes por la estatua espectacular, copia de la del escultor italiano del Renacimiento Giambologna, sino por una de las pinturas del techo, obra del pintor palentino afincado en Valladolid Salvador Seijas. 







jueves, 25 de agosto de 2016

Miradas sobre un jardín cerrado




Me he dado el capricho de colorear la imagen al uso de una postal antigua. Que conste que hace unas décadas, la primera vez que fotografié el lugar con mi Werlisa no había cipreses, ni se veían las bases de las pilastras y todo era un gran talud de escombros. Hoy, las ruinas de la antigua colegiata de Santa María la Mayor quieren ser una especie de jardín toscano donde los cipreses simulan las columnas del templo inexistente. El espacio está vedado al paseante, que se tiene que conformar con observar desde fuera, preguntándose, más si es de otra ciudad, para qué sirve un jardín al que no se puede acceder.







viernes, 19 de agosto de 2016

Banderolas al viento





No es un texto comercial este, no. Ni hace propaganda de lo que hay detrás de las imágenes. Pero tiene que ver con el comercio. Acostumbrados como nos han tenido durante décadas los establecimientos de cercanía al rótulo poco estético, de maltrecha y burda caligrafía, ocupante de buena parte del frontis del comercio, o bien a base del neón convencional, la extensión más reciente del rótulo en banderola es una sorpresa que hay que acoger. Por una parte, no devora ni ensombrece la fachada. Por otra, muchas de estas banderolas están sumamente trabajadas, tanto en su ilustración como en el material empleado. Es un impacto visual eficaz, sin ocupar prácticamente espacio, que pueden ser artísticas si el propietario del comercio se esmera y sabe realizar el encargo a un buen creativo.

Sin ánimo de agotar el despliegue de este tipo de insignias anunciadoras, una breve batida fotográfica por algunas zonas de la ciudad nos ha proporcionado un buen ramillete de ejemplos. De entrada, uno de los más conseguidos es la banderola con que se anuncia Bulgarcita Pingos, en la calle Ferrocarril. Una tienda que no es de una simple cosetodo sino de una artesana que crea y recrea objetos relacionados con telas. La banderola es una seña de identidad que para sí hubieran querido los gremios de hace siglos.  




Bar Nuberu, en la calle Concha Velasco,  un bar acogedor que se ha ido especializando en cervezas internacionales y además proporcionan cafés elaborados con arte y sabor. No en balde el año pasado consiguieron ser campeones de Castilla y León de baristas 



La parada de los comics, recientemente instalados en una esquina de calle Cadena y Acibelas.



El rótulo de Café Teatro en Cánovas del Castillo no tiene pérdida. Imposible resistirse a no poner el haz y envés de la placa.



Óptica Marta Castrillo, en López Gómez, exhibe el símbolo de lo que vende, una forja recortada severa pero contundente que atrapa nuestra visión.



¿Qué decir del popular Café Berlín sino que su caligrafía volada es de una belleza única? Calle Cardenal Cos, esquina a Arribas.



Suficientemente legible la banderola de la Librería A pie de página, en calle Librería. Nos gusta el contraste de colores y la línea roja que, en cuestión de libros y lecturas, no la hay. O no debería haberla. 


El pelícano de Sildavia, en calle Arribas, ya anuncia de por sí el café, aunque luego la caligrafía del nombre se exhiba a lo largo de la cristalera del establecimiento.


Un establecimiento de ropa de mujer, El vestidor de Susa, en calle Librería, próxima a la librería A pie de página.



De la Peluquería Ópera, en calle Niña Guapa, que no sé si está abierta o cerrada, tiene su punto ver el desenfadado rótulo por ambas caras. ¿Por qué no ese aire de personajes de cómic español de los años 80 para anunciar el establecimiento?


Aunque Calendula es un comercio de ropa, bolsos, complementos, alhajas y otros caprichos, como se anuncia, la seña distintiva es un pajarito pizpireto y risueño. Sus razones tendrán. Calle Labradores, casi esquina con Niña Guapa y próxima al túnel de las Delicias.


De Librería Maxtor, ¿qué decir a estas alturas? El hombre-mujer-libro es una viejo icono de su identificación comercial. Su tela semiondea al viento, como las páginas de los libros. Calle Fray Luis de León.


Un poco más allá, también en Fray Luis de León, pero en la acera opuesta, el herbolario Sara.
La caligrafía adquiere personalidad y la planta queda en segundo plano para los ojos. No está mal.


El empaque aventurero del Morgan, en La Solanilla, al borde de la Antigua, todo un navegante de la noche vallisoletana, a los cuatro vientos.


En la calle San Luis, la ludoteca La higuera. El clásico niño como dibujado por otro niño, apoltronado en una hoja de higuera. Soñando y volando. Volar es jugar.



Todo lo que rodea la moda de los chicos skater tienen un establecimiento en López Gómez. Slappy Skate Shop es su nombre. La S líquida asemeja la marca de El Zorro, pero a la inversa. Rojo sobre negro parece traer a cuento otras iconografías.


Babel, un pequeño café bar de la calle Librería, usa un peculiar dibujo cuya interpretación habrá que preguntar a sus dueños. Por más que trato de ver cierto significado mesopotámico no lo encuentro.


Y hasta una entidad pública como la Universidad de Valladolid (UVA) se suma a la manera de publicitar sus dominios. Esta banderola descomunal corresponde a la Colección de Arte e Historia patrimonial de la propia Universidad que se halla en la Plaza de Santa Cruz, en el Edificio Rector Tejerina.



martes, 16 de agosto de 2016

Del grafiti al Arte






¿Pasaremos en esta ciudad, de una vez para siempre, de emborronar paredes y traseras a hacer arte? Lamentablemente el grafiti burdo y sin mensaje está aún a la orden del día, aunque menos. Es lo fácil. Hasta el más tonto sabe coger un spray y hacer notar su minúscula presencia en esta vida. Aunque nadie se lo reconozca. Más allá de las pugnas entre grafiteros por sus territorios los manchaparedes deberían darse cuenta de la insignificancia creativa de sus actos. Va siendo hora de hacer posible la conquista gráfica de las calles con representaciones más amables. 

Hace no mucho se habló de que el Ayuntamiento iba a auspiciar la imagen de calidad en la medianeras al descubierto. No se ha vuelto a saber del tema. Pero algo se mueve. Aquí un ejemplo. Las entradas al garaje y a otro local de las fotografías deben ser una iniciativa particular, pero conseguida y altamente gratificante. Se encuentra en el número 13 de la calle Cadena, en San Andrés. Lástima que no sea una vía de mucho tránsito peatonal para que pudieran lucir más estas pinturas. Pero acaso poco a poco veamos que se van imponiendo soluciones que lleven una estética agradable y disfrutada a la infinidad de bajos de edificios o medianerías abandonadas que afean la ciudad. Valladolid se merece que sea conquistada por el arte de proximidad. 





jueves, 11 de agosto de 2016

Calmo y jocoso Esgueva



Para muchos vallisoletanos capitalinos, el Esgueva o la Esgueva, según se le nombre, es un río bastante desconocido. Que a un afluente que viene desde tierras de Burgos y atraviesa parte de la provincia de Valladolid se le pueda denominar tanto en masculino como en femenino es un lujo del lenguaje y probablemente de los caprichos de los lugareños. Y sin embargo no fue un solo río cuando penetraba en la ciudad, sino dos. Los historiadores lo han denominado como dos ramales, dos bifurcaciones, una atravesando zona norte y otra zona sur del Valladolid tradicional, obviamente. 

Lo que contemplamos en nuestros días es una canalización moderna, del siglo XX. Del curso de las dos Esguevas  solo quedan restos de puentes soterrados por diversos puntos del centro de la ciudad. Para hacernos una idea de lo que pudieron suponer ambos ramales hay que recurrir al trazado reflejado en los mapas antiguos. También a fotografías de los años 20 y 30 en que, no obstante habiendo quedado soterrado su curso en varias partes de la ciudad ya en el siglo XIX, producían sus aguas subterráneas abundantes y serias inundaciones.

El Pisuerga fue un río extramuros en siglos pasados, no obstante su cauce mayor que el Esgueva. El verdaderamente urbano era esa especie de serpiente bífida que bañaba la urbe, cumplía funciones de saneamiento y desagüe, con los consiguientes efectos de insalubridad también, de lavado de la ropa del vecindario, como lavadero de las Carnicerías de la ciudad, y sus buenos márgenes arbolados.  




Entre la primera foto del estrecho cauce que atraviesa los márgenes de barrios como Pajarillos, Vadillos y España, se muestra aquí la pasarela del viejo artilugio de compuertas que permite que los paseantes y los practicantes de running o simple caminata conecten Ribera de Castilla con la zona de pradera del Barrio España. En dirección paralela al curso del Esgueva también se ha generado un largo paseo que es frecuentado diariamente por caminantes que solo pretenden mantenerse en forma.




El paseante, desde la pasarela, puede contemplar al otro lado la caída en cascada del Esgueva en el amplio caudal del Pisuerga. Hay algo de suntuoso en esta precipitación escalonada en que las aguas parecen adquirir un volumen superior al entregarse de plano a las fauces del río grande.







Descendiendo por un lateral hasta el borde de ambos ríos el efecto impresiona. No es ordinario, y menos en territorios de interior, que una ciudad ofrezca la posibilidad de que sus vecinos accedan a una desembocadura fluvial. Ya que perdimos la imagen paisajística, que hoy se me antoja fantasiosa y envidiable, de dos ríos conviviendo con el caserío y habitantes durante siglos, al menos he aquí una recreación, con apoyo técnico, de la belleza del rumor del agua y del verdor de sus riberas. Lástima que el puente de Santa Teresa, construido recientemente, machacase un cierto ecosistema de la orilla del Pisuerga.






Y el río Pisuerga aquí, jocoso a su vez por haber engullido al niño menor, no sé si sintiéndose Saturno acuático y feraz o para hacerse notar con aquella frase manida, que no se sabe bien cómo se inventó ni para qué fin, de aprovechando que el tal pasa por Valladolid.



Nada hay más hermoso y refrescante que un merendero a orillas de uno o, como en este caso, dos ríos. Trae reminiscencias de épocas pasadas en que el vecindario se solazaba en verano con formas más sencillas y concurridas y, probablemente, de menor gasto. A la vera de higueras, ailantos y otras especies que aportan la exuberancia del estío.











La desembocadura del Esgueva, una invitación a la mirada. También al recorrido en diferentes direcciones de uno de los tesoros de la ciudad más gratificantes.