viernes, 3 de marzo de 2017

La macla de Oteiza y sus sombras




No sé por qué me gusta tanto la macla de Oteiza. Comprenderla racionalmente cuesta, aunque uno puede informarse, si bien entra en los terrenos de la física y de la geometría de los planos y queda desbordado. La observación y deleite con las formas del complejo y variado bloque, sí.

Tal vez no haya muchos vallisoletanos que conozcan la escultura de Jorge Oteiza  -se titula macla de dos cuboides abiertos-  situada junto al ábside de la antigua iglesia de San Agustín, hoy sede del Archivo Municipal, en el Paseo de Isabel la Católica. Está en un pequeño espacio con carácter de recuperación arqueológica  -hay próximas unas lápidas de antiguos enterramientos-  que es de fácil acceso pero que no he visto frecuentado por los viandantes. Sin embargo, el espacio, tan próximo a una vía de tráfico considerable, está bien pensado y el paseante tiene la sensación de alejarse del ruido. ¿Solo por el espacio en sí o también por la piedra tallada por Oteiza? 




Los profesores Fernando Zaparaín y Jorge Ramos, de la Escuela de Arquitectura de Valladolid, dicen en un trabajo que versa acerca de las obras de Oteiza existentes en nuestra ciudad: "El término macla alude, en el lenguaje geológico, a la asociación de dos o más cristales gemelos orientados simétricamente respecto a un eje o un plano. Pero a diferencia de estos cristales, los cuboides Malevich se conjugan de forma asimétrica. Normalmente, varios planos rectos, orientados entre sí diagonalmente, se combinan a su vez con otros planos incurvados (...) Lo particular de la macla es el aspecto de unión inseparable. La fusión de varios elementos produce la sensación de una alta concentración de energía, proporcional a la que se necesitaría para separarlos".

Física y geometría retroalimentándose y rehaciéndose de manos de Oteiza. "En las maclas  -dicen los citados profesores-  funcionan dos tipos de energías contrapuestas: la externa, que moldea al sólido, y la interna, consecuencia de la fusión de elementos. Esta característica produce una gran tensión dinámica que, como sabemos, Oteiza traduce en expresividad, una característica que pretendía apagar". 




El espacio donde se ubica la escultura es suficientemente amplio como para contemplarla desde todos sus ángulos y recovecos. Pero a la vez es un espacio consolidado, con suelo firme que equilibra la macla, con un talud de piedra a distancia suficiente para no interferir ni comer a la escultura, y que diferencia el espacio superior donde se ubica San Agustín de la plaza propia que eleva la centralidad de la escultura. Y con un banco corrido que debería reclamar, con el buen tiempo, naturalmente, la parada y sosiego de los paseantes. E incluso, ¿por qué no?, concebirlo como lugar de cita para algún tipo de acto sereno, una lectura oral, una presentación pública de libros. Seguro que la escultura y su propia energía manifiesta se encontraría menos sola.