domingo, 10 de septiembre de 2017

Aquel virrey del Perú (además de obispo)




Una vez me contaron que bate el récord de ser el escudo más grande de España.  Ante su contemplación siempre me he preguntado: Esto ¿se trata de Arquitectura o de Escultura? ¿Es arquitectura religiosa o arquitectura civil? ¿Va dirigido al culto al Dios cristiano o revela una ostentosa expresión de culto a la personalidad? ¿Catequesis o poder vanidoso? Preside toda la fachada de la iglesia de la Magdalena, desplazando la advocación y reduciendo a la titular, María Magdalena, a una pequeña imagen representativa en su hornacina.

Son las armas nobles de don Pedro de Lagasca (1493-1567), obispo de Palencia y de Sigüenza, pero también hábil dignatario que contaba con una amplia intervención política a lo largo de su vida, tal como era corriente entre eclesiásticos de influencia y alto nivel en aquellos tiempos. Fue nombrado Virrey por Carlos V para procurar la pacificación del Perú debido a los enfrentamientos entre diversos conquistadores -los Pizarro, Almagro, Luque, Hernando-  que perseguían también sus propios negocios, algunos de los cuales se resistían a aceptar las Leyes Nuevas de la monarquía hispana. 

Pedro de Lagasca, con los reconocimientos y las prebendas recibidas, que debieron ser cuantiosas, sufragó la construcción de la iglesia y el mismo túmulo en el que está enterrado en el interior de la misma. En mi modesta opinión, con tamaña escenificación en la portada de la iglesia de su propio blasón, lo que hizo aquel hombre fue resaltar más todo su papel político y mundano que el clerical y evangélico. Vanidad de vanidades, todo vanidad, que decía el Eclesiastés. Pero con la piedra labrada lo dejó todo claro para la posteridad. Si bien, pasados cuatrocientos cincuenta años, ¿quién se acuerda de él? ¿Quién considera la grandeza que pretende representar la gigantesca insignia?